28 de octubre de 2011

Unidos por el amor, unidos por el espanto.


por Lilly Morgan Vilaró*

Luego de exhibir pública e indecorosamente el cadáver del ex hombre fuerte de Libia por casi dos semanas, el gobierno de transición de dicho país ha decidido que ya es hora de enterrarlo. Los restos mortales de Omar Kadhafy fueron sepultados en algún lugar desconocido del desierto. Para evitar que sus seguidores lo transformen en sitio de veneración. Para evitar que sus opositores quieran ir a escupir su tumba. Tal como hicieron largas colas para escupir, manosear, burlarse, y sacarse fotos sonrientes junto al cuerpo semi –desnudo tirado en el piso. (¿Las pondrán luego en un marco para adornar una repisa del living?) Tal vez sea cierto que las autoridades gubernamentales interinas no hayan podido evitar el linchamiento de Omar. Aunque solo fuese porque lo querían llevar a juicio para lincharlo también, pero con la bendición de un jurado, o porque le temían a la reacción internacional. Pero sí son totalmente responsables de haber exhibido su cuerpo al público, y peor aún, de haber permitido ese comportamiento inadmisible de los visitantes, más acorde con la época medieval que con el siglo 21. Y la excusa de la necesidad de hacerlo para que el pueblo libio pudiese ver al malvado opresor muerto y re-contra muerto, no es válida. Primero, porque los heroicos y civilizados autores de su muerte, se encargaron de filmar el video del linchamiento para que no solo Libia, sino el mundo entero se enterase. Segundo, si realmente quedó alguna persona sin ver el video, podrían haber limpiado el cuerpo, haberlo vestido decorosamente o ponerle un sudario, y colocarlo en una tarima desde donde se lo pudiese ver, pero no tocar. Tampoco sirve justificar todo el episodio espeluznante que supuestamente ha liberado al país, con la verdad, indiscutible, de que Omar no se había hecho querer demasiado en los 42 años de su liderazgo. Aunque algunos sí que lo querían. Muchos de ellos integrando ahora el actual gobierno interino. Muchos de ellos, líderes mundiales que ahora escupen verbalmente su cadáver. Muchos de ellos, ciudadanos libios que han sido testigos del asesinato y posterior maltrato del cuerpo de su líder. Extraña manera de comenzar un diálogo de paz y unidad, que es lo que el gobierno interino ha proclamado como objetivo prioritario. Porque si para derrocarlo y salvar al país usaron los mismos métodos que Kadhafy hubiese utilizado para aplastar a los rebeldes, no hicieron otra cosa que igualarse a él. Y se puede llegar a la conclusión, no muy políticamente correcta pero bastante lógica, (aunque, espero, sea errónea) que Libia, en el fondo, se merecía a Omar. Porque, como dice un viejo amigo, la mejor manera de corregir los malos ejemplos, es muy simple: no hay que imitarlos. Los libios, lamentablemente, eligieron corregirlos y unirse a través del espanto.



A través del amor se unió el casi 54% del pueblo argentino, para re elegir a Cristina Fernández como presidente del país. Bueno, algunos tal vez más por conveniencia que por amor. Algunos ante lo paupérrimo, que quiere decir mucho más que pobre, de la oferta opositora. Opositores que no supieron unirse ni a través del amor ni del espanto, para derrotar a la aplanadora llamada Cristina. Y por los motivos que sean, el 54% decidió que, al contrario de lo que dijo el candidato radical, en un tanto patético spot de campaña, que él no le creía nada a la presidente, ellos si le creían. No sé si le creen todo, todo, todo, pero al menos lo bastante como para votarla. En su discurso, la presidente Fernández hizo hincapié en que si logró esa cantidad de votos, fue por el trabajo realizado por su marido, el ex presidente y fallecido Néstor Kirchner. Con todo respeto, y aunque quede feo decirlo, discrepo. Creo que si ganó, y de esa forma, fue justamente por su propios méritos. Si Néstor estuviese vivo, no sé si el resultado hubiese sido igual. Probablemente habría ganado, pero no con esas cifras. Tal vez hasta tendría que haber ido a segunda vuelta. Tal como aclaró Cristina cuando le adjudicó su triunfo a Kirchner, diciendo que hablaba no como su viuda, sino como compañera de ruta política, yo aclaro que me refiero al personaje político. Y también agrego que es una opinión personal. Tanto durante su presidencia como en su rol de “Primer Caballero”, que él se negó a cumplir, Néstor tenía un qué se yo de soberbio (que no tenía cuando asumió) y un yo qué se de prepotente que rozaba a veces el límite con el patoterismo. Tipo como el del compañero Guillermo Moreno. O tipo el del honorable canciller Héctor Timmerman. Que a veces suele practicar el patoterismo diplomático. Kirchner parecía no saber o no querer dialogar. Más bien tendía a preferir arremeter contra lo que él consideraba oposición o todo aquel que no estuviese de acuerdo con sus políticas. Y si bien tuvo sus aciertos, estos se deslucían ante sus arrebatos prepotentes. Cristina, por el contrario, y sobretodo después de la muerte de Néstor, empezó a mostrar un costado más dialoguista. Menos confrontador. Que no la hizo más débil. Por el contrario, la fortaleció. Paraba el carro cuando era necesario, pero no salía con los tapones de punta dispuesta a patear la cabeza de sus adversarios. Le paró el carro, (los caballos, la majada de ovejas y las cosechadoras) a una parte del sector del campo, cuando este quiso seguir con la vaca atada sin largar siquiera un vasito de leche. O un brote de soja. Pero luego decidió que también era bueno dialogar. Es cierto, tuvo un buen asesor. Pero, más a su favor, supo escuchar al asesor. Cosa que Néstor no solía hacer. Por eso discrepo con Cristina en esto de agradecer su reciente triunfo electoral a su marido. El triunfo fue suyo. No le debe nada a nadie. Porque además, siguiendo esa línea de razonamiento, debería entonces agradecerle al Cabezón que fue quien instaló a Kirchner como candidato. Al mismo Eduardo Duhalde a quien el pueblo argentino, desagradecido, no votó ni de casualidad. Bueno, algunos sí lo hicieron. Como también muchos riojanos votaron a Carlos Menem. Probablemente por un pacto entre Carlos y Cristina. Aquí se nota un poco de unión a través del espanto. Espanto de Menem de perder sus privilegios. Espanto de Cristina para conseguir un voto favorable en el Senado. Pero en la política, parecería que el amor y el espanto van muchas veces tomados de la mano. Que espanto. Un espanto me siguen pareciendo esas uñas largas de la señora presidente. Un espanto, pero más espantoso que las uñas de Cristina, fueron las palabras de Lilita Carrió, calificando de “régimen” a un gobierno elegido por el 54% de los argentinos. Un espanto me parecieron las “declaraciones inoportunas” del compañero y ex presidente de Uruguay, Tabaré Vazquez. Bueno. Las declaraciones fueron inoportunas para las relaciones bilaterales entre los rioplatenses. En cambio fueron muy oportunas y cuidadosamente hechas para dirimir una interna partidaria. O tal vez evitar que su admisión espontánea de haberle pedido ayuda al gobierno de USA, ante un eventual conflicto bélico con Argentina, se hiciera pública por otros medios, más cerca de las elecciones, cuando Tabaré ya fuese el candidato oficial del Frente Amplio. Que ahí es donde radica el espanto. No en lo que dijo. Sino en lo que hizo. Además de las divisiones y peleas que se están produciendo dentro de los frenteamplistas, sobre si es lícito criticar lo ocurrido, o hay que callarse la boca en aras de la unión partidaria. Para mí, el no criticar, cuestionar y repudiar lo que pasó, es elegir estar unidos en el espanto. Soy una ferviente convencida en que nos debe de unir el amor.

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* La autora es periodista, nacida en Argentina, con amplia trayectoria en radio, televisión y gráfica. Trabajó para BBC de Londres y Naciones Unidas, entre otros. Es autora del libro "¡Ay mama!, tenés cáncer" (Editorial Santillana, 2008) Actualmente vive en Rocha, Uruguay.

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