23 de septiembre de 2011

"La primavera... siempre la primavera"


Aunque centenares de millares de hombres, amontonados en un pequeño espacio, trataran de arrasar la tierra en que viven; aunque la cubrieran de piedras para que nada pudiera germinar en ella, o arrancasen hasta la última brizna de hierba; aunque llenaran los aires con humos de petróleo y de hulla, o talasen los árboles y acabasen con bestias y pájaros, la primavera sería siempre la primavera, hasta en el ámbito de la ciudad populosa. El sol radiante haría surgir la hierba; que brotaría otra vez pujante, no solo en el césped de los jardines, sino entre el pavimento de las calles. Álamos, abedules y cerezos silvestres desplegarían sus hojas frescas y olorosas; hincharían los tilos sus botones próximos a reventar; chovas, gorriones y palomas construirán alegremente sus nidos; y abejas y moscas volarían zumbando, maravilladas de volver a disfrutar de nuevo el plácido calor del sol. Todo respiraría de júbilo y deleite: plantas, insectos, pájaros y niños. Solo los hombres continuarían con sus recíprocos engaños y tormentos. Solo los hombres creerían que lo sagrado e importante, en aquel venturoso amanecer de primavera, no era la bondad divina manifestándose en un mundo creado para delicia de todos los seres vivientes, naturalmente dispuestos para la paz, la unión y la ternura, sino que lo importante y sagrado para ellos, era cuanto pudieran imaginar para engañarse y hacerse daño.


León Tólstoi


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