Con motivo del Día del Libro, a celebrarse el 23 de abril.
por Alejandro Motta Castro
Como todos los niños saben, los libros más divertidos son los que no tienen dibujos.
Antes, los libros tenían muy pocas ilustraciones; cuando no, ninguna. Un día a alguien se le ocurrió ponerles más. Luego a otro se le ocurrió aumentarlas, e intercalar, por cada página de texto, un dibujo. Llegó un día en que no quedó página sin dibujo; en desmedro de las palabras, que fueron menguando, hasta convertirse en extrañas, como intrusas en su propia tierra.
Un día me di cuenta de que la cantidad de imágenes era inversamente proporcional a la cantidad de dibujos. Si un libro tenía treinta páginas, a razón de un dibujo por cada una, el mismo tendría treinta imágenes.
Pero si esas treinta páginas estaban repletas de palabras, habría cientas, miles de imágenes, que se proyectarían a través de nuestro cerebro.
Los libros sin dibujos, son los más fascinantes. Cuando terminamos de leerlos, nos parece que estuvimos allí, que vivimos nosotros mismos la historia que nos contaron, que fuimos alguno de sus personajes.
Cuando yo era niño, iba a la biblioteca pública a buscar libros. Estaba permitido llevarse solamente dos, pero una señora, que sabía lo que me gustaba leer, me dejaba en secreto llevar tres.
Yo me tomaba mi tiempo para elegir los que llevaba a casa. Los que más me gustaban eran los que no tenían dibujos. Parecían nuevos; quizás nadie los había leído antes.
Los libros con ilustraciones, sin embargo, estaban viejos, desgastados, llenos de remiendos. También de esos me llevé a casa varias veces.
Pero los que más me gustaban, eran los que tenían imágenes, miles de imágenes, y pocos dibujos. Su lectura me absorbía tanto, que a veces cuando mi madre me llamaba para comer, no la oía.
Fue así que con 7, 10 o 12 años, sentía que había vivido mucho. Habité castillos, recorrí muchos países, viajé en avión, en barco, en canoa, o en antiguos carruajes tirados por caballos. Fui mendigo, explorador, soldado, emperador, detective, escritor, mártir, cabeza de turco o famoso cantante.
Viví en varias épocas; en casi todas las de la historia del mundo. Desde el tiempo de los dinosaurios, cuando todavía no había gente, pasando por las diferentes épocas de la humanidad. Incluso el futuro habité, pues leía ciencia ficción; historias de naves espaciales, televisores con olor, autos que volaban.
Y todo eso lo viví, gracias a los libros de mi niñez, con sus páginas plagadas de palabras, y las miles de imágenes que proyectaron en mi alma.
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